La historia del toro negro de Tabi
Leyendas y tradiciones
José N. Ic Xec
09/08/2009
A un costado de la plazuela de la población de Tabi hay un cenote verdoso sin nombre. Lo flanquean una iglesia y una piedra plana a flor de tierra de la cual puede verse claramente la marca de un casco de caballo. “Se trata de la cabalgadura de un hombre puro contra quien Satanás no pudo ejercer su poder”.
La historia es más o menos como sigue y esencialmente me lo refirió José Armando Moo, un vecino de Tabi de 70 años.
Había en el pueblo un matrimonio joven, el hombre un honrado campesino. Un don juan sedujo a su cónyuge, venciendo su resistencia. Los amantes se encontraban cuando el esposo partía a su milpa, que distaba varias leguas del hogar.
Un día el amante le sugirió a la mujer: “Deshagámonos de él. Mátalo mientras duerme y vivamos juntos el resto de nuestras vidas”.
Ella quedó atónita ante la inesperada propuesta pero reaccionó rápidamente: “Traciono a mi esposo contigo. Soy una mujer mala, pero no una asesina. Olvídalo”. Pero la inquietud no la abandonó.
Se realizaban por ese tiempo los preparativos para la fiesta de la Virgen, cuyo día principal se celebra el 8 de diciembre.
Decidido a hacer desaparecer al esposo, el amante de la mujer volvió a la carga con una nueva propuesta: “Deshagámonos de tu esposo en estas fiestas. Que el toro se ocupe de él. Pídele que como una muestra de amor por ti entre al ruedo a mantear un toro. Elegiremos al más bravo y el animal lo matará por nosotros".
A la mujer le gustó la idea: “Siendo así, me parece bien”, asintió. Esa misma noche, muy cariñosa le pidió a su esposo que toreara un animal durante las fiestas. Claro: “si es que me amas como antes...”.
¡Estás loca mujer! ¿Torear yo? ¿Acaso quieres que me maten? ¡Claro que no lo haré! Soy campesino, no torero.
Ella insistió, melosa: “Yo mismo te haré el traje de torero y te aseguro que será el mejor”.
Pasaron los días y una mañana que el esposo se dirigía a la milpa un caballero extraño lo interceptó en el cabo del pueblo y entabló plática con él.
—¿A dónde vas buen hombre? —A la milpa.
—Busco el pueblo de Tabi. Dicen que hay ahí una fiesta. ¿Acaso vienes de ahí? —continuó el visitante.
—Así es. Hay fiesta y pronto empezarán las corridas de toros.
—Me gusta. Iré ahí en busca de diversión. ¿Te gustan los toros? —Para nada señor. Sólo soy un campesino.
—Sin embargo, tienes algo... A mí me parece que tienes la estampa de torero... Vamos, muéstrame qué traes a un costado de tu caballo —le ordenó el extraño.
El campesino obedeció y justo cuando extendía con sus dos manos el costal duro donde trae los elotes vio cómo éste se convertía en una manta roja y el caballero en un enorme toro negro que lo embestía. Lo esquivó una y otra vez hasta que el animal quedó exhausto.
—Y dices que no eres un torero? ¡Eres el mejor! Y estás listo para participar en las corridas de tu pueblo si así lo quieres... Serás el más aplaudido —señaló el caballero ya posesionado de nuevo en su cabalgadura. Y le preguntó: “¿Acaso tu mujer no costura un traje brillante pata ti?”.
Antes de que el campesino se recuperara de la sorpresa, el caballero añadió.
—Te diré un secreto: tu mujer te engaña. Ella y su amante planean tu muerte y procurarán que sea mediante un accidente en el ruedo, en las astas de un toro. Por eso voy a Tabi: voy por un alma, que es la tuya. Pero ¿por qué una si pueden ser dos: las de los adulteros? ¿Qué prefieres: tu vida o tu mujer? Hagamos un trato.
En el primer día de corrida el campesino torero causó gran sensación y también en los días subsiguientes. En el último día advirtió a los otros toreros que lo habían aceptado como uno de ellos: “Cuando traigan al último toro escóndanse y no salgan aunque la gente les grite cobardes. El animal es un asesino. Verán esta señal: cuando aten el animal al ceibo, un zopilote de cabeza roja se posará sobre el madero.
Y así ocurrió. La gente gritó furiosa todo tipo de insultos a los toreros que veían atemorizados cómo resoplaba el cornúpeta que buscaba a sus víctimas: los vio en una esquina de la parte baja del tablado, tomados de las manos discretamente.
El animal tomó velocidad y se dirigió hacia ellos rompiendo los bajareques del tablado. Y ocurrió como lo había predicho respecto a los amantes: “Llevaré a cada uno de ellos en cada cuerno”.
Gritaba la gente atemorizada al ver escaparse el enorme toro negro. Salió del tablado llevando en cada cuerno a los amantes y corrió en dirección al cenote.
Un joven jinete logró reaccionar a tiempo y echó el lazo justo cuando el toro se arrojaba por la boca del cenote. Un tirón al freno hizo que el caballo saltara el agujero clavando sobre la piedra uno de los cascos, dejando la huella del casco sobre la piedra.
El toro negro se hundió en las aguas junto con sus dos víctimas, pero el jinete se salvó de ser arrastrado porque era un hombre de corazón puro, como lo atestiguaba la población.— Mérida, Yucatán.
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